Patricia de Blas
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NOMBRE

Patricia de Blas Gasca

CIUDAD

Zaragoza

EMAIL

patriciadeblasgasca
@gmail.com

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Vendremos a verte algún día, relato ganador del Concurso Huesa Vaciada

premio literario

Paso demasiado tiempo pensando en las moscas. Alguien –por supuesto que no recuerdo quién– me contó que solo viven dos días. Durante un tiempo olvidé que lo sabía. Pero ahora que no queda nadie, que Eugenia murió y a Federico se lo llevaron al asilo, en el pueblo solo estamos las moscas y yo. Así que pienso demasiado en ellas.

Si es cierto que solo viven dos días, o incluso aunque vivieran veinte, ¿qué hacen aquí, perdiendo el tiempo en esta casa de viejo? Ellas que pueden volar, que podrían ir tan lejos como quisieran… ¿Por qué son las únicas que se quedan? Y si de verdad mueren con tanta facilidad, ¿por qué no encuentro sus cadáveres por todas partes?

No sé. Tal vez estén, pero yo no los vea.

No es fácil encontrar cosas en esta casa. He vivido tanto que no queda espacio ni para un alfiler. Los tomos de la enciclopedia, la colección de novelas, las figuritas de recuerdo de cada viaje, la vajilla de plata, la caja con las cartas que le envié a Carmen antes de casarnos, los juegos de mesa, las plantas que me hacen compañía, los cuadernos de garabatos, los pinceles, los cuadros enmarcados… y sobre todo, las fotos.

Hay fotos por todas partes. Sobre ese estante están las bodas, un hijo después de otro; en aquella repisa, los bautizos –son nietos distintos, aunque se parezcan todos–, y aquí en la estantería, las comuniones. No sé qué ocurrió después; fue tragarse el cuerpo de Cristo y ya no trajeron más retratos. No es que me moleste, no habría sabido dónde ponerlos. Pero ocurre que, cuando alguna vez vienen a verme, casi no los reconozco. El ojo se acostumbra y, para mí, los hijos reales son los de las fotos, y no los que aparecen de repente con veinte años más. Por no hablar de los nietos. Cada vez que vienen al pueblo, me esfuerzo por memorizar sus caras de adulto, pero me sirve poco. Después tardan tanto en volver… que se me olvidan otra vez.

premio literario

Me pregunto a dónde irán a parar estos marcos. Las fotos puede que las guarden, pero los marcos… son viejos, anticuados para ellos. Dudo mucho que quieran ponerlos en sus casas.

Es lógico. La gente joven siempre quiere cosas nuevas, cosas modernas… También yo las quería cuando era joven. Uno empieza la vida mirando solo hacia adelante. Se imagina dónde vivirá, en qué trabajará, a quién conocerá… Y después, en algún momento al que no solemos dar la menor importancia, se cruza una línea sin posibilidad de retorno. Mirar hacia adelante te va gustando cada vez menos y empiezas a darte la vuelta, para observar lo que has dejado atrás.

Estabas tan guapa aquel día, Carmen…

No me gusta pensar en la muerte, pero rodeado solo de moscas, no puedo hacer otra cosa. No es que le tenga miedo. Respeto, si acaso. Aunque, sobre todo, siento curiosidad. Querría saber qué será del pueblo cuando yo no esté. Eugenia y Federico solían repetir, con la guasa de los viejos, que el último tendría que acordarse de cerrar la puerta al salir.

¿Y después qué? ¿Ya nunca la abrirá nadie?

Desde que se marcharon, Eugenia al hoyo y Federico a un lugar peor, sus hijos no han vuelto por aquí. De un solo viaje se llevaron la ropa, los zapatos, un microondas que estaba como nuevo y recuerdos varios, en dos cajas de cartón. Les cupo todo en el coche. Vendremos a verte algún día, me dijeron. Pero nunca han venido. Ellos aún miran hacia adelante, como es lógico.

Cuando mis hijos vengan a recoger esta casa, se llevarán las fotos y no sé qué harán con los marcos. Tampoco sé si cuidarán de las plantas o si querrán usar la vajilla de plata, que se quedó nueva de tanto esperar la ocasión.

Cada vez me cuesta más mirar hacia atrás –esta maldita memoria– y si miro hacia adelante, solo veo moscas. Tal vez hoy, mañana, cierre los ojos.