Los novelas, las obras de teatro y las películas deben narrar historias que hagan disfrutar al público. ¿Qué futuro tendría cualquier industria cultural si no es capaz de proporcionar placer al consumidor? La función pedagógica o moralizadora de la literatura no ha sido nunca, ni siquiera antaño, razón suficiente para atraer lectores. Sin embargo, ¿cómo seguir ofreciendo ese deleite a los espectadores cuando el objetivo del narrador es mostrar una realidad tan dura que casi se hace insoportable? No hace falta edulcorar el cuento con un final feliz, ni resignarse a un público de oscuras parafilias; basta con asumir lo absurdo de la situación y reírse de ello.
Quizá otros lo habían hecho antes, pero fue un escritor español el que sentó las bases de esta nueva concepción de lo trágico. Fue Ramón del Valle-Inclán, que en 1920 bautizó este nuevo género como esperpento. Así lo definía en Luces de bohemia:
“Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. (…) España es una deformación grotesca de la civilización europea. (…) Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas. (…) Deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.”
El calificativo de esperpento se puede aplicar también a una serie de obras fílmicas. Una de las que mejor encaja en este perfil es El verdugo, película de 1964 del cineasta español Luis García Berlanga. Tanto Luces de bohemia como El verdugo pueden ser consideradas obras contemporáneas pertenecientes a la tradición carnavalesca, porque en ellas hallamos muchas de las claves que Mijail Bajtín señala como características de la literatura del humor, y muchos de los puntos básicos que componen el género principal del humorismo: la sátira menipea.
El argumento de ambas es igualmente devastador, narran historias trágicas en un tono de parodia e ironía, propio de la creación carnavalesca. En Luces de bohemia, se describe el recorrido por la noche madrileña de un poeta ciego llamado Máximo Estrella, que termina muriendo miserablemente en la puerta de su casa, y las horas posteriores durante su velatorio y su entierro, además de una última escena por la que sabemos que su mujer y su hija se suicidan. Igual de absurda es la historia de El verdugo, que narra la vida de José Luis, un pobre hombre que tiene que heredar la horrible profesión de verdugo de su suegro para poder obtener una vivienda del Estado para su familia. En ambos relatos, el tema de la muerte adquiere una gran importancia, y está presente en todo momento; algo muy característico del esperpento.
Cada uno de los protagonistas puede ser considerado como un “sabio ridículo”, figura humorística descrita en las series de Bajtín, en tanto que no representan un héroe clásico como aquellos que consiguen desenvolverse en las circunstancias más fatales y salir vencedores de cualquier situación, sino que sus problemas no son resueltos tan fácilmente y más que admiración, provocan en nosotros la risa, mezclada con cierto sentimiento de lástima.
Máximo Estrella es un pobre ciego, hiperbólico, andaluz, poeta de odas y madrigales, humorista y lunático, conocido en el mundo literario madrileño como Mala Estrella, que encarna la figura del último bohemio. Es un inadaptado social, que se mantiene fiel a una forma de ver la vida y entender el arte; se niega a cambiar, a sufrir esa metamorfosis forzada tan característica de la literatura carnavalesca. Es consciente de su talento y su superioridad intelectual y moral sobre el mundo burgués, y tiene una especial sensibilidad ante la injusticia y la opresión. Pero es un antihéroe, un personaje lleno de contradicciones: se gasta en una cena el dinero del ministro olvidándose de su familia, se empeña en desafiar puerilmente a los representantes de la autoridad pero carece de compromiso político, y se enfada porque la Real Academia no cuenta con él aunque afirma despreciarla.
José Luis Rodríguez, el nuevo verdugo, no tiene ni por su época ni por su oficio nada que ver con Max, pero se parece a él en su fuerte oposición a los cambios, en la sensibilidad de su personalidad, y en su manera de ser, en tanto que por debajo de la pobreza y la miseria que le rodean se esconde su profunda humanidad. Con ambos protagonistas se está realizando una experimentación moral y psicológica propia de la sátira menipea.
El resto de los personajes de la película y de la obra de teatro son también bastante peculiares; algunos incluso podríamos calificarlos de grotescos, tanto por su aspecto físico como por su manera de comportarse. En Luces de bohemia, destacan algunas descripciones en las que se utiliza un recurso muy propio del esperpento, la animalización:
“Zaratustra, abichado y giboso –la cara de tocino rancio y la bufanda de verde serpiente- promueve con su caracterización de fantoche, una aguda y dolorosa disonancia muy emotiva y muy moderna. Encogido en el roto pelote de una silla enana, con los pies entrapados y cepones en la tarima del brasero, guarda la tienda.”
“Dorio de Gadex, feo, burlesco y chepudo, abre los brazos, que son como alones sin plumas en el claro lucero.”
Hay una enorme diversidad de personajes, son en total más de cincuenta en toda la obra, y pertenecen a clases sociales y profesiones diferentes. Podemos encontrar desde un ministro o un jefe de redacción, hasta prostitutas y borrachos, un anarquista catalán, los obreros en huelga, los modernistas, la madre a cuyo hijo han asesinado durante una represión o Latino de Hispalis, el perrito faldero de Max… Valle-Inclán juega con el dramatis personae de su obra, incluyendo personajes ficticios como la Pisa Bien o Pica Lagartos; personajes reales como Rubén Darío y los modernistas, y personajes que podrían estar basados en personalidades reales como Máximo Estrella (Alejandro Sawa), Zaratustra (editor Gregorio Pueyo), Basilio Soulinake (escritor anarquista Ernesto Bark) y el ministro (ministro de educación Julio Burell).
En El verdugo, la tipología de los personajes no es tan variada, pero estos también muestran las profundas desigualdades sociales. Me parece especialmente grotesca la aparición de la mujer de la pensión de Mallorca, que está tendiendo la ropa cuando, al levantar el brazo, deja ver una enorme mata de pelo negro en su axila sin depilar. Resulta un fuerte contraste en una escena de sol y playa que aparentemente era toda belleza.
A lo largo de las dos historias, nos encontramos con situaciones, escenarios y personajes que son claramente característicos del humorismo. En Luces de bohemia, la escena XIII es una de las más patéticas. La viuda y la huérfana de Max lloran su muerte sobre el cadáver en las horas previas al entierro, cuando llega un anarquista ruso conocido como Basilio Soulinake, que se aventura a decir que el poeta no está muerto, sólo dormido:
“BASILIO SOULINAKE: Presenta todos los caracteres de un interesante caso de catalepsia.”
Ante el desconcierto de las mujeres desconsoladas, la portera y el cochero intervienen con sus conocimientos pseudocientíficos:
“LA PORTERA: ¿Tiene usted un espejo? Se lo acercamos a la boca y verán ustedes como no lo alienta.
EL COCHERO: Póngale usted un mixto encendido en el dedo pulgar de la mano. Si se consume hasta el final, está tan fiambre como mi abuelo. ¡Y perdonen ustedes si he faltado!”
Finalmente, deciden que el hombre está muerto y dejan que el coche fúnebre, que lleva ya un rato esperando, se lo lleve al cementerio.
Igual de patética es la escena de la boda de Carmen y José Luis en El verdugo. Justo antes de la ceremonia de los protagonistas se ha realizado otra en la misma iglesia de una pareja que ha podido dedicar un presupuesto mucho más elevado. Mientras Carmen y José Luis están casándose, los monaguillos y los curas van quitando las flores y demás adornos de la celebración anterior, dejan de tocar la música en el órgano e incluso apagan las velas quedando todos casi a oscuras.
Aunque, sin lugar a dudas, la escena más representativa de la película es la que transcurre casi al final, en la cárcel de Palma de Mallorca. Se va a proceder a la ejecución del condenado, y aparece un gran pabellón vacío, de paredes blancas, en el que se ve solamente a dos grupos de personas dirigiéndose hacia una puerta. En el primer grupo, unos funcionarios acompañan al preso que camina por su propio pie; mientras que en el segundo, José Luis, el verdugo, tiene que ser llevado casi a rastras hacia el lugar de la ejecución, en un estado de desesperación extrema y físicamente abatido. Es el colmo de lo absurdo; una definición perfecta del esperpento.