Patricia de Blas
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NOMBRE

Patricia de Blas Gasca

CIUDAD

Zaragoza

EMAIL

patriciadeblasgasca
@gmail.com

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Tal vez soñar

Una jodida luz naranja se me clava en los ojos. Casi doy un paso atrás de la impresión, pero consigo quedarme tieso. El escenario es el más grande en el que he estado; se podría jugar un partido de fútbol sobre él. Adelante, me dice uno de los tres tíos sentados en la primera fila de butacas. Antes de que yo empiece a hablar, los veo tomar notas en sus libretas. El silencio es tan grande que asusta, puedo escuchar mi respiración y el movimiento de sus bolígrafos. Mientras escriben, me miran de arriba abajo, como yo solía hacer cuando entraba alguna rubia en el bar del Chusco. Eso me hace pensar que quizá debería haberme vestido de otra forma. La cazadora de cuero, los vaqueros y las botas de montaña me han ido de puta madre para venir en moto hasta este maldito teatro en el culo de Madrid, pero ahora creo que estoy haciendo el gilipollas. Adelante, me repite el tipo. Él lleva planchada hasta la puta pajarita.

¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! Mi voz suena distinta en este sitio, no sé si mejor. Siguen tomando notas. Uno de ellos mira embobado la serpiente tatuada en mi cuello. La luz naranja me abrasa. ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir, dormir! ¡Tal vez soñar!

Suficiente. ¿Suficiente? Apenas he empezado. Quieren saber cómo me llamo. Carlos Vadillo, les digo. Carlos Vadillo, díganos. ¿Ha actuado usted antes? Sí. En el currículum que ha entregado al llegar, no figura ningún trabajo como actor. Ha sido carpintero, pintor… Y su último empleo fue de fontanero, hace más de seis años. ¿Dónde ha actuado? Pues verán… Me miran en silencio, ya no apuntan nada. Avanzo hasta el borde del escenario y mis pasos se oyen como golpes de martillo. La luz me ciega, me ponga donde me ponga, y en la barbilla tengo una gota de sudor, a punto de caer al suelo. He aprendido a actuar en un taller de teatro, les digo. ¿Un taller? Sí, un taller. ¿Durante cuánto tiempo? Seis años. ¿Qué tipo de papeles ha interpretado? De todo un poco, hasta he tenido que hacer de mujer. ¿De mujer? Joder con las preguntas. Pensaba que había terminado con los interrogatorios. Sí, de mujer. ¿Ha estrenado en algún teatro? ¿Alguna compañía de la que podamos tener referencias? No exactamente. ¿No exactamente? No.

Vuelven a escribir, los tres a la vez. Me gustaría saber qué cojones ponen sobre mí. El tío de la pajarita se pone de pie y se acerca lentamente al escenario. Levanta la vista hacia mi cara, serio como un maldito poli, y sigue con las preguntas. ¿No cree que el personaje de Hamlet le viene un poco grande a alguien con tan poca experiencia como usted? No tengo claro qué responder. El cabrón ha dado en el clavo. Me gusta Shakespeare, le digo. Y me gusta esta obra. Si no quieren darme ese papel, puedo hacer alguno de los secundarios. Uno de los que matan al principio, si acaso. Me aprendo el que sea.

Ha sido una mierda de respuesta, no convenzo a nadie. Tarda en contestarme. Para interpretar una tragedia como Hamlet, me dice al fin, buscamos actores con una… una… sensibilidad especial. No sé si me está vacilando, ha dicho la palabra sensibilidad alargando todas las letras como si le hablara a un imbécil. Una sensibilidad especial, repite. Yo la tengo, aunque no se den cuenta. Yo sonrío al salir de casa y ver el sol. He llorado escuchando las putas olas en la orilla del mar. Sensibilidad especial… Me entran ganas de contarles que me emociono al despertarme y notar el tacto de mis sábanas nuevas, solo por lo jodidamente suaves que son. Quizá me darían el papel si supieran que me he convertido en una puta nenaza, que hace seis años era de piedra y ahora se me saltan las lágrimas cuando pruebo el estofado de ternera de mi madre. Pero no puedo soltarles esa mierda. Una sensibilidad especial, lo entiendo. Eso les digo, aunque les diría mucho más.

La jodida luz naranja se apaga por fin y un sudor frío me pone la piel de gallina. Mientras bajo del escenario por la parte de atrás, los tres hablan de mí en voz baja. Los oigo pero no llego a entender lo que dicen. Plantado a unos metros de ellos, me abrocho la cazadora y cojo el casco de la moto, esperando un veredicto rápido. Hoy por lo menos no soy culpable de nada.