Más vale un magnífico polvo con condón que un polvo mediocre sin condón, ¿no? Eso es lo que siempre ha defendido el dibujante suizo Frederik Peeters, enamorado hasta las trancas, en la vida real y en su cómic autobiográfico, de Cati. Porque se siente libre y auténtico cuando está con ella, porque juntos son tiernos y salvajes, y porque Cati huele a cruasán caliente por las mañanas y cuando cruza un paso de cebra le hace el amor a la calle entera. Él la quiere. Ella lo quiere. Solo hay un problema: Cati tiene VIH.
¿Qué harías tú si encontraras a tu alma gemela, pero tuviese una enfermedad contagiosa y que puede ser mortal? Frederik lo tiene claro: no va a renunciar a quien le hace sentirse más vivo.
«Ella siempre me ha gustado… y nos compenetramos perfectamente a todos los niveles. Es lo que busca la mayor parte de la gente, ¿no? No veo una razón de peso para privarme de todo esto, ¡solo porque de vez en cuando me tengo que enfundar un veinteavo de milímetro de caucho en el rabo!»
Pero la realidad es que ponerse un preservativo no hace desaparecer la enfermedad, y Frederik lo sabe. En el libro Píldoras azules, usa las viñetas para contar su relación con Cati y con el niño que ella tuvo en una relación anterior, también contagiado de VIH. Su historia está llena de miedos en el aire, de preguntas difíciles, de dudas sobre el futuro… igual que la historia de cualquier otra pareja. Pero en la suya están, además, las visitas frecuentes al hospital, las pastillas, los jarabes, y la angustia de convivir con un virus al que es necesario mantener a raya.
Y sin embargo, Píldoras azules no es la crónica oscura y victimista de una enfermedad, sino un relato fresco y honesto sobre todo lo bueno que puede existir a pesar de -o incluso gracias a- esa enfermedad.
El drama está ahí, sin apabullar. El amor también, sin ser empalagoso. Y el sexo, con naturalidad, huyendo de tópicos y provocando al lector. Porque la obligatoriedad inicial del preservativo, en lugar de obstaculizar sus relaciones, las hace más intensas. «El hecho de tener una figura impuesta hizo volar en pedazos todas las demás barreras» -dice Frederic- «y estábamos condenados a probar todo aquello a lo que podíamos tener derecho…» Las viñetas que siguen a esta reflexión son todo un catálogo de fantasías.
Y de todas formas, incluso el condón deja de ser ineludible para Cati y Frederik. El miedo al contagio va desapareciendo conforme el médico les ofrece más información sobre el virus y sus vías de transmisión. La sangre de ella metiéndose en el cuerpo de él. O secreciones vaginales en contacto con una herida suya. Circunstancias remotas y, aunque ocurriesen… aún harían falta varios astros alineados y un montón de mala suerte. «Yo… en su lugar… me conformaría con controlar atentamente mi sexo… y me olvidaría de los preservativos.» Y así, de repente, ¡zas! El médico tira por la borda toda la educación sexual que nos enseñaron.
El VIH deja de ser ese monstruo que vendrá a por ti en el primer descuido. El estigma desaparece. Y la enfermedad se convierte en un recordatorio: todos somos mortales y la vida será más plena si somos conscientes de ello. Conclusión: Protégete, pero, sobre todo, infórmate.
El adiós al preservativo es un momento clave, si es que este libro tiene momentos clave. Porque a diferencia de la mayoría de las novelas, aquí no hay presentación, nudo y desenlace; no hay grandes hitos que cambien el devenir de la historia. Solo hay situaciones aleatorias, escenas fugaces que unas veces sorprenden y otras conmueven, palabras que alimentan a los personajes, que se saborean. No hay un guión, ni una estructura. Solo momentos desordenados, con tanto significado como uno mismo quiera darles. ¿Y no es así la vida?
**Esta reseña fue publicada originalmente en Código Nuevo.