Caracoles… Ya no los miro de la misma forma; he pasado de comérmelos con alioli a envidiar su vida sexual. Porque a veces, cuando un escritor es bueno, convierte sus narraciones en escenas tan vívidas que parecen proyectarse delante de ti como una película. Una peli porno zoofílica, en este caso. Así contó Bernard Werber, en su novela Las hormigas, cómo se reproducen dos caracoles:
Se unen y se estrechan vientre contra vientre. Baba con baba, quedan soldados en un beso pegajoso que les recorre todo el cuerpo. Sus sexos se rozan.
Y ocurren ciertas cosas entre ellos.
Ocurren muy despacio.
El caracol de la derecha ha hundido su enorme pene formado por una punta calcárea en la vagina llena de huevos del caracol de la izquierda. Pero éste no ha llegado aún al éxtasis y ya desvela a su vez un pene en erección, que hunde en su pareja.
Los dos experimentan el placer de penetrar y ser penetrados simultáneamente. Equipados con una vagina por debajo de un pene, pueden experimentar paralelamente las sensaciones de los dos sexos.
El caracol de la derecha siente el primer orgasmo masculino. Se estremece y se tensa, con el cuerpo recorrido por la electricidad. Los cuatro cuernos oculares de los hermafroditas se entrelazan. La baba se convierte en espuma, y luego en burbujas. Es una danza muy apretada, y de una sensualidad exacerbada por la lentitud de los gestos.
El caracol de la derecha yergue los cuernos. Experimenta a su vez un orgasmo masculino. Pero apenas ha acabado de eyacular cuando su cuerpo le procura una segunda oleada de voluptuosidad, esta vez vaginal. El caracol de la derecha experimenta a su vez el goce femenino.
Entonces, sus cuernos se inclinan abajo, sus flechas amorosas se contraen, sus vaginas se cierran… Tras completar este acto, los amantes se convierten en imanes con idéntica polaridad. Se produce la repulsión. Un fenómeno tan viejo como el mundo.
De acuerdo, no es para tanto. Pero soy una lectora muy impresionable. Y si me regalan un libro sobre una civilización de hormigas guerreras, lo último que espero encontrar es una escena erótica de bichos que me ponga tonta. Pero aquí hay varias: entre hormigas, caracoles, arañas…

En general, los machos no salen muy bien parados en esta novela –que imita comportamientos del mundo real, por otra parte-. Las hembras, sin embargo, suelen pasárselo genial. Como muestra, la hormiga protagonista, una princesa que lleva toda la vida preparándose para ser fecundada y convertirse en reina. Ha llegado el día. Por primera vez sale del hormiguero, descubre la luz del sol y empieza a volar…
“Un grupo de machos se ha lanzado tras ella. La hembra 56 acelera para que solo la alcancen los más rápidos o los más obstinados. Siente un contacto. Un macho se acerca a su abdomen, salta sobre ella, la escala, flexiona el abdomen para alcanzar con su dardo el sexo femenino.
La hembra espera las sensaciones con curiosidad. Unos pinchazos deliciosos empiezan a invadirla. Eso le da una idea. Sin avisar, se inclina hacia adelante y se lanza en picado. ¡Qué locura! ¡Qué magnífico éxtasis! Velocidad y sexo componen su primer combinado de placer.
Una savia picante hace que sus antenas se estremezcan. Una parte de su ser se convierte en un mar lleno de olas. Extraños líquidos fluyen de todas sus glándulas. Se mezclan en una sopa efervescente que se vierte en sus encéfalos.
La eyaculación mata al macho… pero ya hay un segundo genitor que se acerca a ella. Y en cuanto se va, es inmediatamente remplazado. Y acude un tercero, y muchos más. La hembra 56 ya no los cuenta. Son al menos diecisiete o dieciocho los que van relevándose para llenar su espermateca con gametos frescos. La hembra siente el líquido vivo bullir en su abdomen. Ahí está la reserva de habitantes de su futura ciudad.”
Las descripciones son sugerentes, líricas y muy visuales. Algo parecido ocurre con cada escena bélica en la novela, solo que la guerra –todos lo sabemos- no es tan interesante como el sexo.
Anécdotas aparte, Las hormigas no es un libro erótico, y ni siquiera bélico, aunque tenga bastante de ambos géneros. También tiene algo de aventuras, de terror y de ciencia ficción. De hecho, aunque en una lectura actual resulte difícil percibirlo, Werber intenta armar un relato futurista sobre una fecha cercana (el libro se publicó en 1991 pero la trama transcurre a principios del siglo XXI). Aun así, si tuviera que enmarcarlo en un solo género, diría que Las hormigas es un thriller de misterio con tintes filosóficos (¡toma ya!).

Werber intercala dos historias, dos hilos argumentales completamente distintos que, como es previsible, convergen al final del libro. Por una parte, en el mundo humano, una familia hereda una casa de un científico obsesionado con la investigación de las hormigas. Allí hay una antigua bodega que esconde un secreto. Todo el que baja por las escaleras… nunca regresa. Por otro lado, bajo tierra, una hormiga trata de alertar a toda su ciudad sobre una nueva arma que podría aniquilarlas. Pero nadie parece prestarle atención, e incluso hay quienes tratan de silenciarla…
No es un libro perfecto. Ambas tramas suscitan interés y el final es sorprendente, pero quizá está resuelto con demasiada rapidez y falta verosimilitud en el comportamiento de los personajes humanos. Ellos son, desde mi punto de vista, el elemento peor construido de la novela. Son poco creíbles y totalmente planos, hasta el punto de que empaticé mucho más con las hormigas. Y eso que, al contrario de lo que hacen en las películas de animación, Werber desarrolla la historia sin necesidad de humanizarlas.
Las hormigas no hablan, no lloran, no se ríen… porque son hormigas, no personas. Y sin embargo, transmiten emociones, se relacionan de forma compleja y actúan según un sistema de normas muy distinto pero más coherente que el de los humanos. Todo un mérito.
Enciclopedia del saber relativo y absoluto
Junto con la originalidad del argumento, la visualidad de las descripciones y la caracterización de las hormigas, otra de las razones por las que recomendaría este libro –a lectores un poco frikis- es la variedad de reflexiones filosóficas, incluso metafísicas, que se van introduciendo a lo largo de la historia.
No es fácil, para un autor de ficción, exponer ideas más propias del ensayo dentro de una novela. A veces uno quiere dar su visión del mundo y le faltan herramientas para expresarla a través de la voz de sus personajes y el desarrollo de su historia. Ante eso, muchos escritores recurren a digresiones del narrador o monólogos internos de sus protagonistas, pero suele ocurrir que estos paréntesis interrumpen el hilo argumental y afectan a la tensión narrativa. Y a veces, se pierde más de lo que se gana.
Esto no pasa en Las hormigas. Bernard Werber incluye reflexiones que a mí me han resultado muy interesantes, utilizando fórmulas que no entorpecen en absoluto el desarrollo de la trama. Una de ellas, la más visible, es la inclusión de capítulos sueltos de la Enciclopedia del saber relativo y absoluto, escrita por Edmond Wells, el científico obsesionado con las hormigas que deja en herencia la casa con la misteriosa bodega.
“¿Son capaces de sufrir las hormigas? A priori, no. No tienen un sistema nervioso adaptado a este uso. Y si no hay nervio, no hay mensaje de dolor. Eso podría explicar que fragmentos de hormigas sigan “viviendo” a veces mucho tiempo independientemente del resto del cuerpo.
La ausencia de dolor hace que se plantee un nuevo mundo de ciencia ficción. Sin “dolor” no hay miedo, quizá ni siquiera conciencia de sí. Durante mucho tiempo los entomólogos se han inclinado por esta teoría: las hormigas no sufren, y de ahí parte la cohesión de su sociedad. Eso lo explica todo, y no explica nada. Y esta idea tiene otra ventaja: nos evita el escrúpulo de matarlas.
A mí un animal que no sintiese dolor… me daría mucho miedo.
Pero esta idea es falsa. La hormiga no tiene un flujo nervioso eléctrico, pero tiene un flujo químico. Sabe cuándo le falta un trozo de su cuerpo, y sufre. Sufre a su manera, que es seguramente muy diferente de la nuestra, pero sufre.
Enciclopedia del saber relativo y absoluto. Edmond Wells.”
Además de la enciclopedia, se producen otras inserciones a lo largo de la novela que, en mi opinión, aportan reflexiones apetecibles a pesar de interrumpir la acción narrativa principal. Como ejemplo, este extracto del discurso que Edmond Wells habría pronunciado ante la Asamblea Nacional, para exigir la prohibición de los hormigueros de juguete, donde aborda un tema que ya se ha tratado en muchas ficciones –en Los Simpson y en Futurama, sin ir más lejos-, pero que a mí me sigue fascinando:
“Cada vez que me encuentro ante mis hormigueros, experimento una extraña sensación. Como si fuese omnipotente ante su mundo. Como si fuese su dios… Si quiero privarlas de alimento, todas mis hormigas morirán; si se me ocurre crear lluvia, me basta con verter con la regadera el contenido de un vaso de agua sobre la ciudad; si decido que suba la temperatura ambiente, solo tengo que instalarlo sobre el radiador; si quiero raptar a una de ellas para examinarla al microscopio, solo tengo que tomar las pinzas e introducirlas en el acuario, y si me da el capricho de matarlas, no encontraré resistencia ninguna por su parte. Ni siquiera comprenderán lo que les pasa.
Señores, este es un poder exorbitante que nos ha sido dado sobre estos seres, solo porque son de morfología reducida. Yo no abuso de eso. Aunque imagino a un niño… y él también puede hacer cualquier cosa con ellas.
A veces se me ocurre una idea tonta. Al ver esas ciudades de arena, me pregunto: ¿Y si fuese nuestra propia ciudad? ¿Y si nosotros también estuviésemos instalados en un acuario-prisión, vigilados por otra especie de gigantes? ¿Y si Adán y Eva hubiesen sido dos cobayas experimentales depositadas en un decorado artificial, para que se les pudiese ver? ¿Y si el destierro del paraíso del que habla la Biblia no hubiese sido más que un cambio de acuario-prisión? ¿Y si el diluvio, después de todo, no hubiese sido más que un vaso de agua vertido por un dios negligente o curioso?”
“No les pido que voten esta ley que prohíbe los hormigueros-juguete en nombre de la piedad hacia las hormigas o de sus derechos como animales. Los animales no tienen ningún derecho: los hacemos nacer para sacrificarlos en aras de nuestro consumo. Les pido que la voten teniendo en cuenta que quizá nosotros mismos somos estudiados y vivimos prisioneros de una estructura gigante. ¿Querrían ustedes que la tierra se le regalase un día por Navidad a un joven dios irresponsable?”
Con dioses o no, la realidad es que desde que leí esta novela siento un hondo respeto por los caracoles y, salvo amenaza de picadura, reprimo cualquier deseo de aplastar a un pobre bicho. Y cuando veo un hormiguero, me pongo de rodillas, agacho la cabeza e intento descubrir a qué huelen las hormigas. Pero eso solo lo entenderás cuanto te hayas leído el libro.