Me sacan de quicio y al mismo tiempo me fascinan. Se pasan de listos, son impertinentes y caprichosos, incluso repulsivos, y su comportamiento está fuera de cualquier lógica, salvo de la suya propia. Y a pesar de todo eso, o quizá gracias a ello, son absolutamente irresistibles. Cada lector tendrá los suyos; nunca pasan desapercibidos. Para mí, estos son los cinco personajes literarios más odiosos y geniales:
1. Ignatius Reilly (La conjura de los necios)

Cualquiera que haya leído el clásico de John Kennedy Toole habrá sentido un poquito de asco al imaginarse frente al protagonista de la novela. Ignatius es un treintañero torpe y gordo, con unas orejas peludas, que sudan bajo una gorra de cazador, y un espeso bigote en el que suele haber restos de patatas fritas. Los gases que emanan de todos sus orificios corporales, sin que él haga nada por evitarlo, se mezclan con el aroma a freidora impregnado en su ropa y la humedad de unos pies encerrados en unas botas a punto de explotar. Cuando no está comiendo o masturbándose en el dormitorio adolescente de la casa que comparte con su madre en Nueva Orleans, se dedica a escribir un manifiesto criticando lo que él considera un país de caos, demencia y mal gusto. Y es que su vanidad física, intelectual y moral no tiene límites, algo que demuestra diariamente con rebuscados comentarios despectivos hacia los necios que le rodean. Que son todos.
Y resulta, sin embargo, que Ignatius Reilly me cautiva. Quizá porque, a pesar de su apariencia grotesca, es un tipo espabilado y elocuente, que tiene las ideas claras y vive a su manera, diciendo siempre lo que piensa y con poca o ninguna preocupación por lo que opinen de él. O igual es porque, en el fondo, no es más que un idealista revolucionario, nostálgico de una época que nunca conoció.
2. Bartleby, el escribiente
Cuando contratas a un empleado, esperas que cumpla tus órdenes y realice las tareas encomendadas. Por eso, cuando empieza a eludir su responsabilidad diciendo, con toda tranquilidad, que preferiría no hacerlo, te desconcierta. Si además este empleado se instala sigilosamente en tu oficina y la convierte en su domicilio habitual sin pedir permiso, alucinas. Te irrita, te saca de tus casillas. ¿Qué haces? ¿Le despides? No puedes, porque en el fondo es un pobre hombre, muy solo y muy triste, una figura “pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada”. Pero sí, le despides, porque esto no puede seguir así. Le das seis días para irse, pero él prefiere no hacerlo. Así que vuelves a intentarlo, pero no se va. Y deseas más que nada librarte de esta pesadilla intolerable. Pero, al mismo tiempo, sientes que cuidar de ese desgraciado de pasado incierto es “el propósito de tu vida”, “tu misión en este mundo”.
Pocos personajes me parecen tan inquietantes como Bartleby, el escribiente ideado por Herman Melville en 1856. El narrador de la historia, el jefe aturdido, mantiene la calma frente a una actitud que a muchos nos haría tirarnos de los pelos, pero no puede evitar un ir y venir constante entre la rabia y la indulgencia, la inquietud y la desazón que también siente el lector cuando intenta tomar una postura, y no sabe si compadecer al jefe o al escribiente, si culpar a uno de ingenuo y al otro de caradura, o indultarlos a ambos por inexplicables. Unos dicen que Bartleby es un símbolo de la anomia, una alegoría de la soledad del individuo entre la multitud y de la resignación ante esa fatalidad. Otros piensan que, con esa capacidad suya para elegir entre hacer algo o no hacerlo, representa al hombre condenado a una libertad que solo trae angustia. Yo, sinceramente, preferiría no opinar.
3. Patrick Bateman (American Psycho)

Los asesinos que caen bien están de moda. Y si con Dexter no me importaría tener una aventura y por Hannibal me dejaría invitar a una cena romántica, con Patrick Bateman estoy dispuesta a preparar unos gintonic y sentarme a charlar sobre música en su sofá. Me va el riesgo, sí.
El personaje creado por Bret Easton Ellis es un lobo de Wall Street narcisista, egocéntrico, depravado y envidioso. Y además, un asesino en serie. Pero es un tipo inteligente, auténtico, elegante cuando sale a cenar y cuando revienta de un hachazo a su compañero de trabajo. Su pensamiento es tan complejo que nunca sabremos qué es real y qué forma parte de sus delirios. No hay quien se aburra con Bateman. Y eso me encanta.
4. Humbert Humbert (Lolita)
Leí la novela de Vladimir Nabokov en primero de carrera, más o menos cuando la literatura dejaba de ser un entretenimiento y empezaba a hacerme pensar mucho. Aunque todavía no había visto la película de Kubrick, conocía el argumento de Lolita y abrí el libro con todos los prejuicios razonables hacia ese profesor cuarentón que pervertiría a una niña de doce años. Te puede caer bien un asesino; un pederasta, no.
Y sin embargo, Humbert Humbert es un personaje genial. Siniestro, despreciable si juzgamos en frío algunas de sus acciones, pero también satírico, sutil pero vehemente. Su comportamiento hizo que me cuestionara los límites éticos en el sexo y en el amor. Porque, después de todo, ¿no sigue enamorado de Lolita aun cuando se ha convertido en una vulgar ama de casa embarazada? Este señor es reprobable, pero por encima de todo es real.
5. ¡Y Lolita!
Si el maduro obsesionado con las nínfulas es un personaje odioso, la cría promiscua y caprichosa que es su objeto de deseo tampoco se salva. La responsabilidad de cualquier acto recae en el adulto, está claro, pero ella no es una pobre y cándida criatura. De hecho, para mí genera una antipatía que justifica hasta cierto punto la empatía hacia su depredador. La propia Lolita ha renunciado a su inocencia; sabe que tiene la capacidad para influir sobre un hombre como su padrastro y se aprovecha de ello para sentirse poderosa y conseguir privilegios reservados a los adultos. ¿La desprecio por ello? No puedo. Porque… al fin y al cabo, ¿quién no se rinde ante ese perverso encanto?