
Vivo, luego estoy en peligro de muerte. Así que en cualquier momento este texto podría quedarse a medias, y habría que cambiarle el título. Pero a esa advertencia, robada a Javier Gallego «Crudo», sumo otra mucho más grave. No tengo ni idea de poesía, y aún así voy a opinar sobre un poemario. Espero que a ninguno de mis tres lectores les importe, porque perder siquiera a uno de vosotros sería toda una tragedia. Y dicho eso, vamos al tema. ¿Por qué recomiendo Abolición de la pena de muerte?
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Porque trata temas universales
Quien diga que no tiene miedo a la muerte, miente un poco. La muerte provoca curiosidad, respeto, incomprensión… pero sobre todo miedo. Y aunque sigamos vivos todos la hemos experimentado en alguna de sus formas, ya sea a través de duelos y funerales, o si no al menos como una metáfora del final; el final de nuestra juventud, el final de una relación… O el final de este poema, titulado Preparación para el duelo:
volver a casa hacer la cama y dormir en el sofá con la televisión encendida porque no estás porque mi cama es tuya porque solo cuando comprenda que estoy solo que tú te has ido podré empezar a sentir la pena de muerte y de estar vivo.
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Porque suena muy bien

Cuando digo que no entiendo de poesía, me refiero a que no suelo pillar todo el significado que los autores ponen en su texto. Y los poemas son como los chistes: si tienen que explicártelos, pierden la gracia. No creo que Abolición de la pena de muerte sea un poemario inaccesible, pero sí hay versos a los que no encuentro todo el sentido que seguramente tienen. Lo bueno es que, aun cuando no llego a lo más profundo, disfruto de lo que hay en la superficie. Porque en este libro hay música, incluso cuando no hay rimas, y las palabras provocan cierto placer, aunque hablen de dolor.
Tal vez me enganchó porque lo leí con los oídos, imaginando la voz de su autor, recitando como lo hizo en el Festival Eñe, con esas tablas de artista radiofónico. En todos los poemas está la marca personal de Javier Gallego, la misma crudeza que caracteriza su trabajo en las ondas, el mismo tono mordaz, siniestro, que sirve para alumbrar una verdad solo a través de un recorrido oscuro.
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Porque tiene su punto erótico
Puede parecer extraño, incluso frívolo, añadir sexo a la temática de este poemario. Sin embargo, la sensualidad sucia que impregna muchos de los versos deja una mancha muy sugestiva. En Cortejo fúnebre, por ejemplo, el narrador se atreve a coquetear con la mujer más temible de todas. Aquí va un fragmento:
Negra, susúrrame estridencias en la nuca, ahoga tus jadeos en mi oído y fóllame más fuerte que mis penas, déjame lamer las tuyas en la boca y acabarte los pezones con la lengua, deja que te muerda la morfina de tus tetas y me extinga en la anestesia de tus muslos cuando asfixian con angustia mi cintura.
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Porque no es pretenciosa
Javier Gallego es un tío guay y él lo sabe, seguro, pero su poesía no suena a la de un autor que se cree importante, sino a la de un principiante que reconoce con humildad lo lejos que está de ser perfecto. En Homicidio frustrado, además de realizar un manifiesto sobre lo que para él debe servir la poesía, añade autocrítica y hace al lector partícipe de sus desvelos. Acaba así:
Los poemas no deberían curar sino enfermarte no deberían calmar sino dolerte Debería haber poemas que fueran como una enfermedad terminal Deberíamos escribir poemas de los que no se pueda escapar Todo poema debería ser una condena Este poema debería matarte Por eso esto no es un poema. Es otro fracaso.
Este post terminó de escribirse al mismo tiempo que alguien moría. Así es la vida.